Este es un diario de viaje, distinto a los que hicieron los europeos cuando llegaron a América, distinto también de los criollos que hacían para ampliar las fronteras. Este es un viaje sin preparación, sin elucubración ni estrategia. Es una migración. Una vida que comienza a discurrir sin saber hasta donde, ni hasta cuando. Puede que sea simplemente un viaje de turismo académico en Barcelona, pero se perfila alguna otra cosa. No tiene nombre de exilio. Tampoco de sexilio. Mucho menos de andariego o hippy. Puede ser parte que sea el mero guión de las clases medias de mi país, que luego de egresar en la universidad y algún progenitor ofrecer alguna cosita de herencia, una se van a hacer la Europa. Penoso. Me resisto también a ser parte de esa coreografía sociológica del 2001 en la que los jóvenes argentinos ya no creen en nada ni nadie y se van a lavar los platos de los españoles. Ningún relato romántico sostiene esta experiencia, ni los ´70, ni la fuga de cerebros, ni los 2000, ni asilo, ni refugio, ni perseguida, ni en guerra. Sigo a esas personas y sus relatos, pero no es justo mi experiencia. Temo ser una de esas sudacas que se buscan la vida cuando tenían algo bien valioso. Esto es un diario de viaje, de travesía en tierra afuera, buscando un hogar, la pregunta de qué es el hogar cuando una ha partido. Perder voz, identidad, blanquitud, ojos que reconocían, e incluso el salario mínimo, con aportes jubilatorios, que percibía en un carguito de la universidad. Estoy hace poco de dos años perdida en tierra afuera.   

Lucio V. Mansilla, en  Una excursión, afirma:
“Se viaja por gastar dinero, adquirir un porte y un aire chic, comer y beber bien.
Se viaja por lucir la mujer propia, y a veces la ajena.
Se viaja por instruirse
Se viaja por hacerse notable
Se viaja por economía
Se viaja por huir de los acreedores
Se viaja por olvidar
Se viaja por no saber qué hacer”

Yo, en cambio, viajé buscando trabajo y me encontré haciéndome de una nueva memoria. La memoria se distingue de la historia porque es colectiva, en cambio la historicidad es una pelea implícita de sentidos en disputa. La memoria es una inventora que sistematiza y rellena huecos, es concomitante con el olvido y se desarrolla para y con la práctica.
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